Este artículo examina el principio de exclusión competitiva, que establece a grandes rasgos que dos especies simpátricas, que tienen nichos ecológicos idénticos, no pueden coexistir en un equilibrio estable.

Se cuestiona y discute la validez del principio de exclusión competitiva representando una analogía entre entidades ecológicas y económicas. Ya se ha señalado que el concepto de nicho debe definirse independientemente del principio, ya que de lo contrario éste no puede verificarse. La literatura ecológica aún no ha proporcionado definiciones adecuadas del concepto de nicho; la mayoría de las definiciones no se molestan en distinguir claramente entre las características funcionales y espaciales del ecosistema, por un lado, y las características de las especies, por otro. Para que sea útil en el análisis del principio de exclusión competitiva, la definición del nicho no puede ser demasiado estrecha, ya que está claro que no hay dos organismos que puedan ocupar simultáneamente el mismo lugar, ni demasiado amplia, ya que es bien sabido que dos especies simpáticas pueden coexistir en un equilibrio estable. Por lo tanto, cobra sentido considerar los límites de la coexistencia y examinar aquellas definiciones del nicho y de las interacciones competitivas permisibles para las que el principio es válido.

A grandes rasgos, sugerimos que investigar la validez del principio de exclusión competitiva es similar a preguntarse si dos instituciones económicas diferentes, con tecnologías distintas, pueden coexistir de forma estable en una estructura de mercado dada. Construimos un sistema competitivo simple, en el que se requiere que los mercados se despejen instantáneamente, y el proceso de entrada y salida de los componentes individuales se rige por los beneficios realizados. Se demuestra que resulta una coexistencia inestable de diferentes tecnologías. Se puede proponer que el proceso de ajuste rápido, que debe llevarse a cabo en el mercado y análogamente en el ecosistema, es el responsable de este resultado. En consecuencia, se demuestra que un sistema similar, cuyo crecimiento se produce sólo de forma intermitente, también es inestable. Esto se interpreta como que las razones de la inestabilidad no deben buscarse en aquellos aspectos del ecosistema que, en su tendencia a afectar a las poblaciones ecológicas, ejercen fuerzas externas al propio proceso de crecimiento.

Se demuestra que la coexistencia estable se produce cuando el crecimiento está intrínsecamente acotado. Esto se consigue haciendo que las oportunidades de producción de todos y cada uno de los individuos sean sensibles a los parámetros del ecosistema. Así, para permitir la coexistencia estable no basta con que el tamaño de la población esté regulado por las densidades relativas. Estas densidades deben funcionar más bien de una manera muy específica, que les permita controlar el crecimiento y, por tanto, el tamaño de la población al afectar íntimamente a los fenotipos de equilibrio de la población.

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