VESTA . El nombre Vesta, con el sufijo arcaico-ta, deriva de la raíz *a 1eu, «quemar». Engloba dos raíces: la raíz 1, *a 1eu-s, se encuentra en el griego heuo y en el latín uro, «ardo»; la raíz 2, *a 1u-es, se encuentra en la base del latín Vesta y muy probablemente también del griego Hestia. El vínculo intrínseco entre la diosa y el fuego, ignis Vestae («fuego de Vesta»; Paulus-Festus, ed. W. M. Lindsay, 1913, p. 94 L.), era perfectamente comprendida por los antiguos, aunque a veces tuvieran la tentación de proponer etimologías fantasiosas; Festus, por ejemplo, para explicar el santuario redondo de Vesta la identifica con la tierra redonda (Paulus-Festus, ed. W. M. Lindsay, 1913, p. 320 L.). La conexión semántica entre la diosa latina y la diosa griega fue concedida por Cicerón (De natura deorum 2.67), quien también creía que Vesta había sido tomada de los griegos.

Aunque el culto a Vesta era conocido en todas las regiones itálicas, las evidencias del mismo provienen sobre todo del Lacio. El culto a Vesta se estableció en Lavinium, por lo que es posible que su culto con colegios de vírgenes asistentes estuviera en algún momento más extendido por todo el Lacio. La diosa figura claramente en el famoso catálogo de divinidades sabinas introducido en Roma en la época arcaica (Varro, De lingua Latina, 5.74). La tradición de que las virgines Vestae, al igual que la mayoría de las instituciones religiosas romanas, fueron instituidas por el rey Numa, la recogen Livio (1. 20.3), Gellius (1.12.10) y Ovidio (Fasti 6.259), pero puede que no sea más que una reconstrucción a partir de la conexión establecida entre Numa y la ninfa Egeria, que le inspiró: las Vestales sacaban agua del pozo de las Camenas, donde se reunían Numa y Egeria (Plutarco, Numa 13). Se puede inferir otro origen, romuleo o albano: según Livio (1.3.11), Ovidio (Fasti 3.11-52) y Plutarco (Rómulo 3), Rea Silvia, hija de Numitor y madre de los gemelos Rómulo y Remo, fue consagrada al culto de Vesta por el rey Amulio, que quería privarla de descendencia. Tarpeia, que traicionó a los romanos durante la guerra entre Rómulo y Tito Tacio, fue también quizás una Virgen Vestal (Livio 1.3.11).

Dado que el culto a Vesta se remonta a los orígenes de la ciudad latina, escapó al antropomorfismo de los ambientes etrusco y griego, como demuestra Ovidio, que escribe que incluso en su época la ignis Vestae se basaba en sí misma y no tenía estatua cultual (Fasti 6.295-298). Cuando Cicerón (De natura deorum 3.80) cuenta el episodio en el que el pontifex maximus Q. Mucius Scaevola fue asesinado en el año 82 a.C. delante de «la estatua de Vesta» debe referirse a una estatua honorífica situada en el vestíbulo o fuera del santuario.

Situado cerca de la vía Sacra en el Foro, frente a la Regia y unido al Atrium Vestae («casa» de las Vestales), el santuario redondo de la diosa (rotunda aedes; Paulus-Festus, ed. Lindsay, 1913, p. 321 L.; Ovidio, Fasti 6.267) se diferenciaba de un templo de cuatro lados orientado a los cuatro puntos cardinales. Este contraste, que los antiguos intentaban explicar comparando gratuitamente a la diosa con la tierra, se hace evidente a la luz de los estudios comparativos. La religión védica distinguía «el fuego del dueño de la casa», que es «este mundo y, como tal, es redondo», del «fuego de las ofrendas», cuyo humo «lleva los dones de los hombres a los dioses: éste está orientado a los cuatro puntos cardinales y es, por tanto, cuatripartito» (Dumézil, 1974, p. 320).

La influencia de Vesta recaía sobre los altares y los hogares (Cicerón, De natura deorum 2.67). La recomendación que Catón (De agricultura 143) hacía al ama de casa (vilica), que ocupaba el mismo lugar en el campo que la dueña de la casa (domina) en la ciudad, era apropiada para cualquier responsable del hogar: «Que el hogar se mantenga barrido cada día antes de acostarse.»

Como la diosa también velaba, «por así decirlo, por el hogar de la ciudad» (Cicerón, De legibus 2.29), se la designó Vesta publica populi Romani Quiritium en la religión oficial. A su servicio estaban las seis Vírgenes Vestales, cuya tarea principal era mantener el fuego (Cicerón, De legibus 2.29). Este fuego se renovaba una vez al año el 1 de marzo, el comienzo del año antiguo (Ovidio, Fasti 3.135-144). «Si por casualidad este fuego se apagaba, las vírgenes eran azotadas por el pontífice. La costumbre las obligaba entonces a frotarse con un trozo de madera «fértil» hasta que el fuego así producido pudiera ser llevado por una Vestal en un tamiz de bronce al santuario» (Paulus-Festus, ed. W. M. Lindsay, 1913, p. 94 L.). Aunque las Vestales eran dirigidas por una superiora, la virgo Vestalis maxima, estaban bajo la autoridad del pontifex maximus, que debía azotarlas en caso de descuido. Debían mantener una castidad absoluta durante todo el tiempo que durara su servicio (Ovidio, Fasti 6.283 ss.). La pérdida de la virginidad significaba la pena capital: la vestal culpable era enterrada viva en el Campus Sceleratus («campo del crimen»), cerca de la Porta Collina. Cicerón (De legibus 2.8.20) da dos razones para la virginidad de las sacerdotisas. La primera es de carácter práctico: las mujeres casadas tienen otras obligaciones. La segunda se inspira en la moral romana, y Cicerón imagina a las Vestales como un ejemplo público para todas las mujeres. La preparación de los diversos elementos necesarios para los sacrificios también se confiaba a las Vestales. Las muries, una salmuera producida añadiendo agua a la sal gruesa cocida en el horno (Festus, p. 152 L.), y la mola salsa, harina de trigo cocida y espolvoreada con sal (p. 124 L.), que se extendía sobre las cabezas de las víctimas (immolare) antes de ser sacrificadas (mactare), eran preparadas por las Vestales (Paulus-Festus, ed. W. M. Lindsay, 1913, p. 97 L.). Los estudiosos han definido los deberes de las Vestales como una especie de ama de casa en el hogar estatal, y se discute si representan, en el culto, a las hijas del rey o a la esposa del rey.

Se dice que las muchachas elegidas para ser «sacerdotisas» de Vesta eran «capturadas» (capere ) por el pontifex maximus, y esta «captura» tenía importantes consecuencias jurídicas: a partir de ese momento, la muchacha dejaba de estar subordinada a la patria potestas (Gellius, Noctes Atticae 1.12.9; Gayo, Institutiones 1.130), ni a un tutor (Gayo, Institutiones 1.145); ella puede, por su libre voluntad, disponer de su fortuna, y también puede comparecer en los tribunales como testigo (Gelio 7.7.2). Así pues, las Vírgenes Vestales disfrutaban de una serie de derechos civiles que originalmente no poseía una mujer romana. Desde el principio, este sacerdocio femenino estuvo dotado de destacados derechos (derechos civiles y no sólo honores cultuales), lo que llevó a algunos estudiosos a considerar a las Vírgenes Vestales como precursoras de la «emancipación» de la mujer romana (Guizzi, 1968, p. 200). Algunos estudiosos pretenden que hubo cooperación y solidaridad entre las Vírgenes Vestales y las mujeres romanas (Gagé, 1963). Pero sólo se atestigua la «presencia» y no hay pruebas de un acto de solidaridad (Cancik-Lindemaier, 1990, 1996).

La fiesta de la diosa, la Vestalia, se celebraba el 9 de junio. Del 7 al 15 de junio, su santuario estaba abierto exclusivamente a las mujeres, que sólo podían entrar con los pies desnudos. El último día se limpiaba. El final de esta operación se anotaba en los calendarios con las letras Q(uando) ST(ercus) D(elatum) F(as) (literalmente, «Una vez retirado el estiércol, el día es profano»). Esta noción arcaica, que marca el momento concreto en el que el día pasa de ser un dies nefastus («día prohibido o sagrado», un día en el que no se podía tratar ningún asunto público) a ser fastus («profano»), recuerda el momento «en el que una sociedad pastoral en el campamento tenía que limpiar el estercus de sus rebaños del lugar de su fuego sagrado» (Dumézil, 1974, p. 320).

El santuario también contenía algunos talismanes que servían como prenda de la perpetuidad de Roma. Entre ellos estaba el Paladio, la estatua de Palas Atenea, supuestamente de origen troyano (Servio, Ad Aeneiden 7.188; Livio, 27.27.14; Cicerón, Pro Scauro 48). A diferencia de los ingredientes de los sacrificios conservados en la parte anterior del santuario (penus exterior), estas «prendas del destino» (pignora fatalia; Ovidio, Fasti 6.445) se guardaban en el «santo de los santos» (penus interior) que estaba cerrado por un tapiz (Festus, p. 296 L.) y al que sólo podían acceder las vestales. Esto dio lugar a la anécdota del pontifex maximus L. Caecilius Metellus, que en 241 a.C., después de haber salvado el Paladio de un incendio, penetró en el lugar prohibido y quedó ciego (Plinio, Historia Natural 7.141) Así, el simbolismo de los «fuegos eternos» de Vesta (Ovidio, Fasti 3.421) se vio reforzado por la presencia de estas «prendas del destino».»

La importancia de Vesta es evidente en la liturgia. La diosa era invocada al final de cada oración y sacrificio (Cicerón, De natura deorum 2.67), en paralelo a la invocación inicial de Jano, que encabezaba la secuencia de divinidades. (Esta regla litúrgica era la opuesta a la práctica griega, que prescribía «empezar por Hestia»). La estima por las Vestales era natural. Una vez al año se presentaban ante el rex sacrorum («rey de los sacrificios») y le decían: «¿Vigilasne rex? Vigila!» («¿Estás vigilante, rey? ¡Vigila!»; Servius, Ad Aeneidem 10.228). En una solemne ceremonia en el Capitolio, el pontifex maximus ofició junto con el jefe Vestal (Horacio, Odas 3.30.8). Así se entiende la afirmación de Cicerón (Pro Fonteio 48): «Si los dioses despreciaran las oraciones de la Vestal, sería el fin de nuestro poder».

En el siglo III a.C. Vesta no se libró del todo de un sincretismo que la convirtió en la homóloga de Hestia: durante el lectisternium del 217 a.C. se acopló con Vulcano/Hephaistos. Así, el fuego benéfico, conservado en el interior de la ciudad, se asoció desacostumbradamente con el fuego nocivo, relegado al exterior del pomerium, límite religioso y ritual de la ciudad (Vitruvio, 1.7.1). Otra innovación comenzó con Augusto, que al convertirse en pontifex maximus en el año 12 a.C., aun respetando el antiguo santuario del Foro, hizo construir una capilla de Vesta (Aedicula Vestae) en el Palatino, cerca de su palacio, y la adornó con una estatua cultual (Corpus inscriptionum Latinarum, Berlín, 1863, vol. 1, nº 317).

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Traducido del francés por Paul C. Duggan

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