Una de las historias más populares sobre Immanuel Kant dice que su vida era tan estricta y regular que sus vecinos ajustaban sus relojes al verlo salir para su paseo de las tres y media de la tarde, siempre puntual hiciera el tiempo que hiciese. Este capítulo no deja de ser una manifestación anecdótica de un carácter profundamente metódico y abierto a la crítica constante: después de que le plantearan varias carencias de sus primeras obras, Kant estuvo diez años sin publicar para dedicarlos a la reflexión y regresar con la primera de sus obras plenamente maduras, la Crítica de la razón pura.

Immanuel Kant buscó, por encima de todo, enseñar al ser humano a pensar por sí mismo y a rechazar los dogmas de todo tipo, que destruyen la razón y someten el libre pensamiento a ideas fijas. No por ello negaba la importancia del conocimiento previo, al contrario, lo consideraba imprescindible como punto de partida. En este sentido, logró combinar el racionalismo -para el cual la razón es el motor principal en la búsqueda del conocimiento- con el empirismo -que acentúa el papel de la experiencia y la evidencia comprobable-, como caminos complementarios y no excluyentes. El pensamiento kantiano se convirtió así en uno de los más influyentes de la Ilustración.

El maestro Kant

Emanuel Kant nació el 1724 en Königsberg (actual Kaliningrado), entonces perteneciente a la Prusia Oriental, en el seno de una familia profundamente religiosa de la que recibió una educación muy estricta y dogmática. A pesar de que su pensamiento lo llevaría en dirección opuesta, siempre conservó un gran cariño por su familia. Con 16 años ingresó en la Universidad Albertina de Königsberg para estudiar filosofía y ciencias; por desgracia, el infarto y posterior muerte de su padre lo llevaron a abandonar la universidad siete años más tarde, aunque no los estudios, que prosiguió por su cuenta. Tras aprender hebreo, cambiaría su nombre a Immanuel.

Immanuel Kant buscó, por encima de todo, enseñar al ser humano a pensar por sí mismo y a rechazar los dogmas de todo tipo

Kant empezó a trabajar entonces como profesor privado, gozando de una notable popularidad. Solía decir que no enseñaba filosofía, sino el arte de pensar: le molestaba que sus estudiantes tomasen apuntes de forma mecánica en vez de intentar entender lo que explicaba y debatir sobre ello. Hombre de una gran cultura, daba también clases de otras materias tan variadas como matemáticas, ciencias naturales o ética: para él, el conocimiento debía ser inclusivo. Prueba de ello es su variada obra en los 23 años que ejerció como profesor privado, en los que publicó tratados que iban desde la astronomía a la teología.

A este periodo pertenecen las obras del llamado periodo precrítico. En 1770 le ofrecieron una cátedra de Lógica y Metafísica en la Universidad Albertina, la única en la que aceptó enseñar. Con ocasión de este hito largamente esperado escribió su Disertación inaugural, que habría de suponer un punto de inflexión inesperado: varios comentarios de alumnos y colegas académicos le hicieron replantearse sus conceptos filosóficos hasta el momento y el prestigioso maestro entró en un paréntesis de diez años en los que no publicaría para dedicarse a reflexionar sobre sus ideas.

Las críticas de la razón

Este período le permitió madurar su pensamiento y publicar en 1781 la primera de sus obras plenamente maduras y seguramente la más famosa: Crítica de la razón pura, que en su momento no tuvo muy buena acogida, principalmente por su estilo denso y pesadamente académico. Era la primera parte de una serie de obras a la que seguirían Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790). La segunda fue la más influyente en vida del autor y un nuevo comienzo para una rica producción que, sin embargo, continuó encontrando grandes resistencias por el estilo tremendamente complicado.

La inclinación de Kant a cuestionarlo todo le valió enemistades importantes: el rey prusiano Federico Guillermo II le instó a moderar el contenido de sus obras, especialmente tras la Revolución Francesa. Incluso después de su muerte, el papa Pío VIII prohibió la lectura de Crítica de la razón pura bajo amenaza de excomunión. A pesar de vivir en el apogeo de la Ilustración, Kant veía con pesimismo que esa época de mayor conocimiento no conducía a un mundo mejor, sino que las viejas estructuras de poder eran reemplazadas por otras nuevas: por pocos meses no llegaría a ver a Napoleón proclamarse emperador.

Las clases de Kant, tanto privadas como posteriormente en la universidad, eran muy populares. El filósofo estimulaba a sus estudiantes a cuestionarse cualquier idea preconcebida y a pensar por sí mismos, fomentando su participación en el debate.

Gottlieb Doebler. CC

Un carácter extremamente metódico

Lo que más trascendió de la vida personal de Kant fue su carácter meticuloso y disciplinado, rayando lo maniático e hipocondríaco: razones para lo último no le faltaban ya que su salud fue delicada desde pequeño, lo que contrastaba con inflexibles costumbres que a veces le eran perjudiciales, como dormir poco y salir siempre a dar a su paseo de la tarde sin importar el tiempo que hiciera.

No siempre fue así; en esta faceta influyó su amistad con el comerciante Joseph Green, británico de hábitos escrupulosamente ingleses, de quien se dice que un día le dio una lección extrema: Kant se presentó un minuto tarde a una cita y su amigo, ni corto ni perezoso, se marchó al no verlo llegar a la hora justa a la que habían quedado, dejando a Kant corriendo tras su coche.

Kant era famoso por su carácter meticuloso y disciplinado, rayando lo maniático e hipocondríaco, lo que contrastaba con inflexibles costumbres que a veces le eran perjudiciales

Entrado en la vejez ,su salud física y mental empeoró notablemente a causa de una arterioesclerosis cerebral, posiblemente agravada por el exceso de trabajo y el sueño escaso que caracterizaban su rutina. En los últimos años los síntomas eran evidentes: falta de equilibrio, problemas para caminar, narcolepsia y señales de demencia. Aun así siguió escribiendo hasta un año antes de su muerte, cuando ya contaba casi 80 años. Finalmente murió el 12 de febrero de 1804 en la misma Königsberg donde había transcurrido su vida, dejando tras de sí uno de los legados más importantes de la filosofía moderna.

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