Los gatos se ganan la vida en la naturaleza como depredadores y, para tener éxito, deben ser rápidos, poderosos y flexibles. Desde que están sentados, pueden saltar hasta nueve veces su altura, y pueden estrechar los hombros y el pecho para pasar por espacios casi imposibles. En un abrir y cerrar de ojos pueden enderezarse en el aire y aterrizar sobre sus pies, y realizar cambios repentinos de dirección mientras persiguen y capturan a sus presas.

Los gatos son capaces de girar sus flexibles espinas dorsales más que muchos otros animales y pueden retorcer sus cuerpos en mayor medida. Las vértebras de los gatos -los huesos de la espalda en forma de carrete- están conectadas de forma muy flexible y tienen discos amortiguadores especialmente elásticos entre ellas. Esta columna vertebral flexible permite a los gatos realizar sus elegantes y gráciles acrobacias, pero también contribuye a su velocidad como corredores. Para alcanzar la máxima velocidad -unos cincuenta kilómetros por hora- los gatos alargan su zancada, y por tanto aumentan su velocidad, extendiendo y flexionando alternativamente la espalda. Cuando el gato se empuja para iniciar una nueva zancada -con las garras como picos de tracción- su cuerpo se estira al máximo, y cada zancada impulsa al gato unas tres veces la longitud de su cuerpo.

Además, el omóplato felino está unido al resto del cuerpo sólo por músculos, no por hueso. Esto da al omóplato una enorme libertad de movimiento cuando el gato se mueve, ampliando aún más su zancada. Y a diferencia de la larga clavícula anclada que tenemos los humanos, los gatos tienen pequeñas clavículas rudimentarias que contribuyen a su capacidad de pasar por aberturas estrechas.

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