Todos los hermanos de la Orden de Predicadores comparten la profesión de votos, el elemento más importante de nuestra vida como religiosos consagrados. Pero al igual que hay diferentes miembros de un mismo cuerpo, hay dos roles diferentes para los hermanos en la Orden. Los hermanos clérigos son los hermanos que sirven, o servirán, como sacerdotes para la Iglesia. Para el hermano clérigo dominico, su doble identidad como religioso consagrado y sacerdote ministerial funciona en perfecta complementariedad para la salvación de las almas. Después de mover los corazones hacia el amor de Dios a través de su predicación, el sacerdote dominico consuma y profundiza aún más este amor a través de la celebración de los Sacramentos.

El sacerdocio de la Iglesia de Cristo está ordenado para «alimentar al pueblo de Dios, cumpliendo en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y gobernar» (CIC, 108).

Sin embargo, dentro de la misión de la Iglesia, el sacerdote dominico es distintivo. Al sacerdote dominico le impresiona la compasión de Santo Domingo que lloraba preguntando: «Señor, ¿qué será de los pobres pecadores?». Su corazón recuerda constantemente las palabras de la carta de San Pablo a los romanos: «¿Cómo van a creer en aquel de quien nunca han oído hablar? ¿Y cómo van a oír sin un predicador?». La vida del sacerdote dominico obtiene sus energías espirituales de la observancia regular y de la oración, tanto litúrgica como privada, a la que se ha obligado. Estas energías brotan en su interior cuando ofrece el sacrificio de la misa día a día, se compromete con el estudio filosófico y teológico asiduo y continuo, y así entrega toda su vida en amor a Dios para la conversión y salvación de las almas.

Otra manera de ver el sacerdocio dominicano es a través de la lente de la contemplación. La contemplación se alimenta de la vida regular y de todo lo que la compone -el canto público del oficio, el estudio, el silencio, la penitencia- y esta contemplación brota en un deseo ardiente de transmitir la sabiduría de Dios a los demás mediante la predicación y la enseñanza. La vida del sacerdote dominico es verdaderamente la vida de un sacerdote de Jesucristo, realizada según el lema que se desarrolló tempranamente en la Orden de Predicadores: contemplare et contemplata aliis tradere. Como sacerdote, ofrece el sacrificio día a día para sí mismo y para todo el pueblo de Dios, pero su vida sacerdotal está especialmente marcada por «contemplar y compartir con los demás los frutos de la contemplación».

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