GILGAMESH , héroe sumerio, dios y gobernante de la ciudad-estado Uruk, es el tema de un poema épico clásico que la tradición mesopotámica atribuye al sacerdote-exorcista y escriba Sin-leqi-unnini. El poema fue el producto de un largo esfuerzo de recopilación, que dio lugar a la composición del poema nacional de Babilonia. Hasta la década de 1990 se conocían cinco obras sumerias que describían las hazañas de Gilgamesh, rey de Uruk. El sumerólogo Samuel Noah Kramer las identificó como: «Gilgamesh y Agga», «Gilgamesh y Hubaba», «Gilgamesh y el toro del cielo», «Gilgamesh, Enkidu y el inframundo» y «La muerte de Gilgamesh». El entorno en el que fueron concebidos y compuestos se ha considerado generalmente como la corte de la tercera dinastía de Ur (c. 2100-2000 a.C.), cuyos soberanos trataron de trazar un vínculo directo entre la figura de Gilgamesh y la realeza de Uruk. Giovanni Pettinato ha sugerido que un texto de 107 líneas encontrado en 1975 en Tell Mardikh-Ebla está relacionado con la saga de Gilgamesh. Este texto, y toda la biblioteca de la que procede, puede datarse entre el 2500 y el 2400 a.C. Los acontecimientos descritos en este texto se refieren a las relaciones entre el rey de Uruk y la ciudad de Aratta. La narración encaja bien con la tradición de las guerras épicas entre la dinastía real de Uruk y la colonia fundada en un lugar indeterminado de Irán: tanto el rey Enmerkar como Lugalbanda, el supuesto padre divino de Gilgamesh, hicieron la guerra contra Aratta según las cuatro epopeyas que se refieren a estos personajes.

Una nueva versión de «La muerte de Gilgamesh», redescubierta en Me-Turan en 1979, sirve para confirmar la narración traducida por Kramer, a la vez que, por ser más completa, abre nuevas vías de comprensión sobre la compleja naturaleza de la civilización sumeria. Esta versión verifica por primera vez la costumbre sumeria del enterramiento colectivo, algo de lo que hay pruebas arqueológicas en Ur y Kish, pero que no había sido confirmado anteriormente por las fuentes epigráficas. Este texto también incluye la confirmación de la leyenda de Urlugal, el hijo de Gilgamesh, nombrado específicamente en la lista de reyes sumerios como hijo de Gilgamesh y sucesor al trono de Uruk. Asimismo, en 1979 se encontró una nueva versión de «Gilgamesh y el toro del cielo».

Desgraciadamente, desconocemos los autores de las narraciones sumerias en las que aparece Gilgamesh, y los estudiosos no están seguros de si es pura casualidad que la serie de poemas de Gilgamesh se atribuya a un único autor. Según un catálogo de autores y textos del periodo neoasirio, redescubierto en la biblioteca de Asurbanipal y publicado por W. G. Lambert (1962), la serie de Gilgamesh fue concebida por Sin-leqi-unnini, que según Lambert vivió entre los siglos XIII y XII a.C., al final del poder kasita en Babilonia, y más concretamente en el momento en que Babilonia, bajo Nabucodonosor I, logró obtener su independencia del dominio extranjero.

Contenido de la epopeya

La epopeya clásica, si bien consiste en la reconstrucción de una obra literaria concebida y compuesta en la época de la antigua Babilonia, debe considerarse como una única composición unificada. Sin-leqi-unnini no se limitó a resumir brevemente en doce tablillas la historia de épocas anteriores; puede decirse con cierta certeza que, en cierto sentido, reconsideró y recreó toda la historia desde cero.

Una prueba importante de la unidad de la epopeya clásica es la presencia de un prólogo, así como de un epílogo que se encuentra al final de la tablilla XI, donde se repite parte del prólogo. La tablilla XII es considerada generalmente por los especialistas como un apéndice de la epopeya. Su contenido consiste en una traducción literal de parte de la historia sumeria conocida como «Gilgamesh, Enkidu y el Inframundo»

La epopeya puede dividirse de la siguiente manera:

  1. Prólogo: El héroe Gilgamesh (Tab. I.1-51).
  2. Enkidu, el alter ego de Gilgamesh (Tab. I.52-II.155ss.).
  3. Gilgamesh, Enkidu, y el monstruo Hubaba (Tab. II.184-V.266).
  4. Gilgamesh, Enkidu, y el Toro del Cielo (Tab. VI.1-182).
  5. Muerte de Enkidu y desesperación de Gilgamesh (Tab. VI.183-VIII.207ss.).
  6. Gilgamesh en la búsqueda de la inmortalidad (Tab. IX.1-X.325).
  7. Sólo los dioses tienen el don de la vida (Tab. XI.1-302).
  8. Epílogo (Tab. XI.302-308).
  9. El destino de la humanidad en el más allá (Tab. XII.1-154).
    1. Interpretación de la epopeya

      Ninguna interpretación de la epopeya debe separarse de un análisis de la obra de Sin-leqi-unnini. Estrechamente ligada a ésta se encuentra otra investigación relativa a la identidad de los dos personajes principales como divinos o humanos. Hasta ahora hemos hablado de la «epopeya» o «saga», incluyendo en esta categoría tanto los relatos sumerios como las diversas versiones poéticas que tienen a Gilgamesh como héroe principal, considerándolos como res gestae, ya sea de una figura histórica o legendaria. Una revisión de las diversas interpretaciones de los estudiosos indica que el segundo problema no puede resolverse de forma decisiva. Aunque la mayoría de los estudiosos están convencidos de que el rey de Uruk es una figura histórica, Pettinato y otros piensan que Gilgamesh no existió en sentido histórico, sino que es un dios convertido en figura histórica.

      Los primeros intérpretes de la obra de Sin-leqi-unnini, que fue descubierta en 1872 por George Smith entre los miles de fragmentos de la biblioteca de Asurbanipal en Nínive, se preocuparon por definir su naturaleza. Aparte de sus paralelos reales o supuestos con las historias contadas en la Biblia -el ejemplo del diluvio universal de la Tabla XI marca el inicio de una discusión tan acalorada que se ha llamado «la guerra entre la Biblia y Babel»-, los estudiosos han tratado de explicar el significado más profundo de la obra centrada en Gilgamesh.

      Hugo Winckler y Heinrich Zimmern llegaron a la conclusión de que el poema de Gilgamesh era un mito relativo al dios del sol y, en particular, estaba construido como el mito de los Dioscuros. Otto Weber confirmó esta opinión y señaló que las doce tablillas contienen una clara referencia a los signos del zodiaco. Para Weber, el tema básico del poema es el viaje del sol a través de sus doce fases a lo largo del año, con la figura de Gilgamesh funcionando como una alusión al dios sol y Enkidu representando a la luna. Para estos estudiosos, hay claros antecedentes de las aventuras de Odiseo en la Epopeya de Gilgamesh, así como de las labores de Heracles y los posteriores viajes de Alejandro Magno.

      Heinrich Schneider afirmó que todos los personajes de la epopeya eran dioses poderosos o seres divinos de segunda categoría que, como Gilgamesh, habían sido convertidos en figuras humanas. Schneider también sostiene que la amistad entre Gilgamesh y Enkidu se corresponde con el ideal medieval de la caballería, y define la historia de la antigua Babilonia como heroica y la de Nínive como caballeresca.

      Mientras tanto, el extenso Das Gilgamesch-Epos in der Weltliteratur (La epopeya de Gilgamesh en la literatura mundial, 1906) de Peter Jensen intentó mostrar la naturaleza astral y mitológica de la obra. Para Jensen, la epopeya era una descripción de los acontecimientos que tenían lugar en los cielos durante el curso del año, especialmente la salida helíaca de las estrellas. A pesar de la pasión y las profundas convicciones de Jensen, importantes estudiosos de la Biblia, como Hermann Gunkel y Hugh Gressmann, no sólo refutaron categóricamente los supuestos paralelos bíblicos, sino que negaron la naturaleza mítica de la Epopeya de Gilgamesh, considerándola más bien como una pura saga, claramente paralela al romance de Alejandro.

      En 1923 el erudito alemán Arthur Ungnad, abandonando por completo cualquier interpretación mítica, argumentó que la epopeya era una obra ética y precursora de la Odisea de Homero. Aunque Ungnad no propone que el autor griego copiara la obra de Sin-leqi-unnini, no duda de que los griegos adaptaron y recontaron sagas de Oriente para adaptarlas a su propio temperamento. Un año más tarde, Hermann Häfker sostenía que la epopeya de Gilgamesh era una obra enteramente histórica, cuyo tema rector era el problema de la vida y la muerte. En 1937 apareció una importante contribución del erudito sueco Sigmund Mowinckel, en la que defiende la naturaleza divina de Gilgamesh e interpreta toda la obra como la descripción de un dios que muere y resucita, un lugar común en el contexto de la historia de las religiones.

      Un punto de vista completamente diferente fue propuesto por Benno Landsberger. Para él la obra es la epopeya nacional de los babilonios y Gilgamesh es la personificación del ser humano ideal para los babilonios. El tema predominante en la epopeya es, pues, el problema de la vida eterna, tratado con el conocido ejemplo de Fausto.

      Sin embargo, las interpretaciones mitológicas no se abandonaron por completo. A partir de 1958, estudiosos como Franz Marius Theodor Bohl e Igor M. Diakonov siguieron manteniendo esta postura, afirmando Bohl que lo que había detrás de la epopeya era una guerra religiosa entre los seguidores de los cultos de Ishtar y los de Shamash y Marduk, mientras que para Diakonov las figuras de Gilgamesh y Enkidu son personificaciones del dios del sol y del dios de la luna.

      Geoffrey S. Kirk argumentó que la Epopeya de Gilgamesh tiene como tema el contraste entre la naturaleza, representada por Enkidu, y la cultura, representada por Gilgamesh. Para Thorkild Jacobsen, en cambio, el poema contiene una descripción del proceso por el que el ser humano se hace maduro, pasando de una adolescencia inocente y temeraria a la conciencia de unos valores más reales, aunque menos aparentes. Esto lleva a una interpretación psicoanalítica: el amor de Gilgamesh por Enkidu es el amor de un adolescente por uno de sus compañeros, antes de descubrir el amor por las mujeres.

      Giorgio Buccellati interpreta Gilgamesh en términos de sabiduría. Tras analizar los diversos temas de la epopeya, como la impureza, el miedo, la vida del vagabundo en contraposición a la vida familiar y la incertidumbre entre los sueños y la realidad, Buccellati concluye:

      El énfasis se desplaza desde el objeto de la búsqueda, la vida, al propio esfuerzo de la búsqueda como tal, a los supuestos en los que se basa y a las consecuencias para quien la lleva a cabo: estas consecuencias no son externas, como en la búsqueda de un beneficio particular, tal vez incluso la propia vida física, sino que son internas, profundamente psicológicas y se concentran en el cambio espiritual de la persona que emprende la búsqueda. (Buccellati, 1972, p. 34)

      Uno de los primeros estudiosos en destacar la centralidad del tema de la amistad en la Epopeya de Gilgamesh fue Landsberger, quien escribió que uno de los motivos fundamentales de la obra de Sin-leqi-unnini es el ideal de una noble amistad entre Gilgamesh y Enkidu, que ni siquiera la muerte puede borrar. En efecto, desde su primer encuentro tras la batalla en las calles de Uruk y más tarde en los sueños que tiene Gilgamesh, se destaca el profundo vínculo entre estos dos personajes, hasta el punto de que se ha comparado con el amor por una mujer. La problemática búsqueda de la vida eterna también muestra lo mucho que significa Enkidu para Gilgamesh. Sin embargo, el rechazo del amor ofrecido por Ishtar no debe leerse como el repudio del amor por las mujeres, como lo hace Landsberger, sino de una manera mucho más profunda, como referente al destino futuro del rey de Uruk.

      Otros estudiosos han considerado que la amistad es el tema central de la epopeya, entre ellos Lubor Matouš, pero sobre todo Giuseppe Furlani, que en un artículo titulado «L’Epopea di Gilgameš come inno all’amicizia» (La epopeya de Gilgamesh como himno a la amistad) y luego en la introducción a su traducción de la epopeya de 1946, afirma que se ve obligado a «revisar el tema fundamental y central de la epopeya» en el sentido de que «la epopeya de Gilgamesh es realmente un himno a la amistad, una amistad duradera que perdura incluso más allá de la tumba, entre Gilgamesh de Uruk y Enkidu, ejemplos brillantes y eternos de amigos fieles» (Furlani, 1946, p. 587). Furlani afirma además que «la idea central y subyacente de nuestro poema ha sido pensada como una discusión del problema de la vida y la muerte… me parece, en cambio, que esta idea debe ser abandonada ahora y debemos reconocer que la epopeya es en realidad un himno a la amistad» (Furlani, 1946, p. 589).

      Siguiendo a Landsberger, que sitúa el problema de la existencia humana en el centro de la epopeya, Alexander Heidel considera que su tema central es una meditación sobre la muerte en forma de tragedia. Heidel sostiene que la epopeya se enfrenta a la amarga verdad de que la muerte es inevitable: todos los seres humanos deben morir. Matouš y A. Leo Oppenheim también destacaron que el tema subyacente de la obra es la búsqueda de la vida eterna.

      Los lectores de la epopeya de Sin-leqi-unnini deberían tener en cuenta en primer lugar el prólogo: en las primeras ocho líneas, el autor identifica repetidamente el conocimiento con la sabiduría. Para él, las aventuras de Gilgamesh consisten en una serie de importantes puntos de escenificación, necesarios para alcanzar un fin último, que el autor identifica correctamente con la sabiduría de su héroe. El autor advierte al lector que ésta es la clave del texto. Como subraya Buccellati, ver otros motivos o temas significa considerar los puntos de escenificación y los métodos de aproximación a este ideal como fines en sí mismos. Por lo tanto, una lectura correcta del poema no puede ignorar los motivos fundamentales propuestos por su autor. El hecho de que el autor mencione a continuación la problemática búsqueda de la vida eterna como parte esencial del viaje personal del héroe, y que Gilgamesh, al alcanzar la sabiduría, haya experimentado todo tipo de sufrimientos, no hace sino confirmar el carácter crítico de la sabiduría en la interpretación de la obra.

      Los estudiosos están de acuerdo en general en que la epopeya puede dividirse en dos partes: la primera narra las maravillosas aventuras de los dos héroes y sus hazañas épicas, la matanza del monstruo Hubaba y el Toro del Cielo; la segunda parte describe cómo Gilgamesh, que es dos tercios dios y un tercio humano, se ve obligado a enfrentarse al eterno problema humano de la muerte. Gilgamesh intenta vencer a la muerte, y espera recibir una respuesta concluyente del héroe del diluvio, pero como aprendemos de la Tabla XI, ni siquiera este ser semidivino lo consigue, y es quizás en este fracaso donde Sin-leqi-unnini ve el final lógico de su obra. Sin embargo, esto sería sorprendente, ya que el autor abre su obra alabando la sabiduría de Gilgamesh, por lo que esto debe significar que no considera estos acontecimientos como un fracaso en sí. El tratamiento de la figura de Gilgamesh a lo largo de la epopeya no podía permitir un final tan funesto: el rey de Uruk, además de ser dos tercios dios, es el paradigma de un verdadero rey. Si la interpretación que se propone a continuación sobre la «planta de la vida» es correcta, Gilgamesh se muestra como un verdadero rey en el mismo momento de su fracaso.

      La verdadera respuesta a todos los problemas de Gilgamesh se ha visto en el regalo final de Utanapishtim al rey, cuando le revela a Gilgamesh la existencia de una planta especial. Esta interpretación se basa en una inserción aceptada por la mayoría de los estudiosos en la línea 270 de la Tabla XI, que dice: «Obtendrás la vida». Pero nada en el texto justifica una inserción de este tipo. El regalo de Utanapishtim se define como «una planta de la inquietud», y Gilgamesh explica la naturaleza de la planta: «Tiene fama de convertir a un anciano en un hombre en la flor de la vida. Así que quiero comer la planta y volver a ser joven». Esto lleva a la conclusión de que Gilgamesh, al comer la planta, volvería a un estado juvenil, con toda su ansiedad e inquietud. De ahí la interpretación de la planta como elixir de juventud: al comer la planta, Gilgamesh habría sido devuelto a la posición en la que se encontraba durante la primera parte de la epopeya. El hecho de que perdiera la planta es un signo más de la grandeza de este rey. Gilgamesh no había olvidado que un rey es responsable del destino de sus súbditos y pierde la planta precisamente porque quería compartirla con sus conciudadanos. Su primer pensamiento al recibir la planta es llevársela de vuelta a Uruk y dársela de comer a los ancianos.

      Sin embargo, el regalo de Utanapishtim no estaba disponible para toda la humanidad, sino que estaba reservado sólo para Gilgamesh, quizá como recompensa por todos sus viajes y su tenaz búsqueda en pos del inalcanzable ideal de la vida eterna. Cuando Gilgamesh quiso compartirlo con otras personas, la serpiente se convirtió en su único beneficiario: «Gilgamesh aquel día se sentó y lloró / y las lágrimas rodaron por sus mejillas». En estas dos líneas el escriba expresa las diversas emociones del héroe, siendo la primera su incapacidad para cumplir con su deber real. Sin embargo, esta admisión en sí misma marca el logro de una sabiduría completa, de una madurez que es el legado de un verdadero rey de Mesopotamia.

      Ver también

      Muerte; Héroes.

      Bibliografía

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      Giovanni Pettinato (2005)

      Traducido del italiano por Paul Ellis

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