Edvard Munch, El grito, 1910, temple sobre tabla, 66 x 83 cm (Museo Munch, Oslo)
Sólo superado por la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, El grito de Edvard Munch puede ser la figura humana más icónica de la historia del arte occidental. Su cabeza andrógina en forma de cráneo, sus manos alargadas, sus ojos abiertos, sus fosas nasales y su boca ovoidea han quedado arraigados en nuestra conciencia cultural colectiva; el paisaje azul arremolinado y, sobre todo, el cielo de color naranja y amarillo intenso han dado lugar a numerosas teorías sobre la escena representada. Al igual que la Mona Lisa, El Grito ha sido objeto de dramáticos robos y recuperaciones, y en 2012 una versión creada con pastel sobre cartón se vendió a un coleccionista privado por casi 120.000.000 dólares convirtiéndose en el segundo precio más alto alcanzado en ese momento por una pintura en subasta.
Concebida como parte del ciclo semiautobiográfico de Munch «El Friso de la Vida», la composición de El Grito existe en cuatro formas: la primera pintura, realizada en óleo, témpera y pastel sobre cartón (1893, Galería Nacional de Arte, Oslo), dos ejemplos en pastel (1893, Museo Munch, Oslo y 1895, colección privada), y una última pintura al temple (1910, Galería Nacional de Arte, Oslo). Munch también creó una versión litográfica en 1895. Las distintas versiones muestran la creatividad del artista y su interés por experimentar con las posibilidades que se pueden obtener a través de una serie de medios, mientras que el tema de la obra encaja con el interés de Munch en ese momento por los temas de las relaciones, la vida, la muerte y el miedo.
Por toda su notoriedad, El grito es en realidad una obra sorprendentemente sencilla, en la que el artista utilizó un mínimo de formas para lograr la máxima expresividad. Consta de tres áreas principales: el puente, que se extiende en un ángulo pronunciado desde la distancia media a la izquierda para llenar el primer plano; un paisaje de costa, lago o fiordo y colinas; y el cielo, que se activa con líneas curvas en tonos de naranja, amarillo, rojo y azul-verde. El primer plano y el fondo se funden entre sí, y las líneas líricas de las colinas ondulan también en el cielo. Las figuras humanas están separadas de este paisaje por el puente. Su estricta linealidad contrasta con las formas del paisaje y del cielo. Las dos figuras erguidas sin rostro del fondo pertenecen a la precisión geométrica del puente, mientras que las líneas del cuerpo, las manos y la cabeza de la figura del primer plano adoptan las mismas formas curvas que dominan el paisaje del fondo.
La figura que grita está, pues, vinculada a través de estos medios formales al reino natural, lo que aparentemente era la intención de Munch. Un pasaje del diario de Munch, fechado el 22 de enero de 1892 y escrito en Niza, contiene la probable inspiración de esta escena tal y como la recordaba el artista: «Iba caminando por la carretera con dos amigos, el sol se puso, sentí una ráfaga de melancolía, y de repente el cielo se volvió de un rojo sangriento. Me detuve, me apoyé en la barandilla, cansado hasta la muerte, mientras el cielo en llamas se cernía como sangre y espada sobre el fiordo azul-negro y la ciudad-Mis amigos siguieron adelante-me quedé allí temblando de ansiedad-y sentí un vasto grito infinito a través de la naturaleza». La figura en el puente -que puede ser incluso un símbolo del propio Munch- siente el grito de la naturaleza, un sonido que se percibe internamente en lugar de escucharse con los oídos. Sin embargo, ¿cómo puede transmitirse esta sensación en términos visuales?
La aproximación de Munch a la experiencia de la sinestesia, o la unión de los sentidos (por ejemplo, la creencia de que uno puede saborear un color u oler una nota musical), da como resultado la representación visual del sonido y la emoción. Como tal, El grito representa una obra clave para el movimiento simbolista, así como una importante inspiración para el movimiento expresionista de principios del siglo XX. Artistas simbolistas de diversas procedencias internacionales se enfrentaron a cuestiones relacionadas con la naturaleza de la subjetividad y su representación visual. Como el propio Munch expresó sucintamente en una anotación en su cuaderno sobre la visión subjetiva escrita en 1889, «No es la silla lo que hay que pintar, sino lo que el ser humano ha sentido en relación con ella»
Desde la primera aparición de El grito, muchos críticos y estudiosos han intentado determinar la escena exacta representada, así como las inspiraciones para la figura que grita. Por ejemplo, se ha afirmado que los colores anormalmente duros del cielo pueden deberse al polvo volcánico de la erupción del Krakatoa en Indonesia, que produjo espectaculares puestas de sol en todo el mundo durante meses. Este suceso ocurrió en 1883, diez años antes de que Munch pintara la primera versión de El grito. Sin embargo, como demuestra el diario de Munch -escrito en el sur de Francia, pero que recuerda una velada en los fiordos noruegos-, El grito es una obra de sensaciones recordadas más que de realidad percibida. Los historiadores del arte también han señalado el parecido de la figura con una momia peruana que se expuso en la Exposición Universal de París en 1889 (un artefacto que también inspiró al pintor simbolista Paul Gauguin) o con otra momia expuesta en Florencia. Aunque estos acontecimientos y objetos son visualmente plausibles, el efecto de la obra sobre el espectador no depende de la familiaridad de éste con una lista precisa de fuentes históricas, naturalistas o formales. Más bien, Munch trató de expresar emociones internas a través de formas externas y proporcionar así una imagen visual para una experiencia humana universal.
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