Mirando un mapa del mundo, parece que el borde oriental de Sudamérica y el borde occidental de África podrían encajar como piezas de puzzle entrelazadas. Los científicos han observado durante mucho tiempo la similitud entre las dos costas, pero no fue hasta el siglo XX cuando las pruebas pudieron respaldar la teoría de que los continentes estuvieron conectados alguna vez.
En 1912, un meteorólogo alemán llamado Alfred Wegener presentó la primera teoría detallada y completa de la deriva continental. Argumentó que los continentes habían formado una vez un supercontinente singular al que llamó Pangea, que significa «todas las tierras». A lo largo de millones de años, Pangea se rompió en varios fragmentos, que comenzaron a alejarse unos de otros, derivando lentamente hacia sus posiciones actuales en la superficie de la Tierra.
Wegener apoyó su teoría demostrando las similitudes biológicas y geológicas entre los continentes. América del Sur y África contienen fósiles de animales que sólo se encuentran en esos dos continentes, con sus correspondientes rangos geográficos. Uno de estos animales -un antiguo reptil de agua dulce llamado Mesosaurus- no pudo cruzar el océano Atlántico. En su lugar, Wegener propuso que el animal vivía en los ríos y lagos de una masa de tierra singular que posteriormente se separó.
Otras pruebas fósiles también apoyan la teoría de la deriva continental. Los primeros fósiles marinos encontrados a lo largo de la costa oriental de Sudamérica y la costa occidental de África datan de hace unos 150 a 200 millones de años, lo que sugiere que el océano Atlántico no existía antes de esa época. Las rocas antiguas de la costa brasileña también coinciden con las encontradas en África occidental.
Pero, ¿cómo se moverían masas de tierra tan grandes?
La teoría de la tectónica de placas sostiene que la capa exterior de la Tierra -la corteza- está compuesta por grandes secciones de roca sólida en forma de placa. Estas placas de la corteza flotan esencialmente sobre capas más débiles de roca parcialmente fundida en el manto inferior.
Los científicos creen que la circulación por convección dentro del manto ayuda a los continentes a moverse. A medida que el calor de la capa más interna de la Tierra -el núcleo- se transfiere a la capa inferior de roca del manto, la roca se calienta, se ablanda y se eleva. Esto empuja la roca más fría hacia abajo. El ciclo se repite, creando corrientes de convección. Este movimiento de agitación en el manto parece ser un factor importante en el movimiento de las placas. Las placas -y por tanto los continentes- siguen moviéndose hoy en día, a un ritmo medio de menos de cinco pulgadas por año.
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