Descripción de la imagen: Una palma marrón descansa abierta, ocupando el tercio central de la imagen. Visibles motas de arena bordean la mano abierta, señalando la playa teñida de rojo que hay debajo.

Una pequeña araña translúcida se escabulló por el suelo de mi alfombra mientras rebuscaba en mis archivos personales este fin de semana. Redescubrí documentos que había olvidado que existían, y al hacerlo materialicé sentimientos que sólo había entretenido en mi cabeza. Sin quererlo, concreté lo que antes había catalogado como reflexiones, no como realidades.

Encontré una copia de mi encuesta de admisión de la primera vez que acudí a un terapeuta a los veinte años. En las hojas de información densamente impresas sobre el fármaco Fluoxetina fui testigo de mi introducción a la medicación y del lento aumento de la dosis desde mis veintitantos años hasta ahora. Encontré recibos manuscritos de mis primeras experiencias con la acupuntura comunitaria.

Revisar estos documentos fue una experiencia inquietante de la que aún no me he librado. Pasar horas y horas en mi propia cabeza es un ejercicio involuntario de abstracción intelectual que me ocurre a diario. No me sirve, pero continúa. Y este fin de semana pasó de ser un ejercicio mental habitual a uno físico en el que vi mi rastro de papel. No podía ignorar que mi ascenso en el tratamiento y mantenimiento de mi salud también ha ido acompañado de un descenso en mi propia concepción de la autoestima.

Al reconocer y nombrar el fenómeno -depresión y ansiedad- tengo que luchar constantemente con el ableísmo interiorizado relacionado con las nociones eugenistas y capitalistas de productividad y valía.

El ableísmo, entonces, enmarca mi conceptualización de la depresión como decadencia en tiempo real. Etiquetar la depresión como decadencia está intrínsecamente ligado a las nociones de un yo anterior, más «normal», que no existe. Este yo idealizado era uno que veía como capaz en formas -que ahora estoy aprendiendo- que ya no veo. En otras palabras, la depresión no puede ser decadencia, aunque así se sienta.

Si la decadencia es el proceso de desmoronarse, marchitarse, pudrirse, descomponerse, y la depresión es el mecanismo a través del cual esto ocurre activamente en mi vida, entonces la historia que me cuento a mí misma es una falacia arraigada en el mismo capacitismo que espero desalojar. El hecho de que haya utilizado la fuerza bruta para superar una situación en el pasado no significa que esa fuera la mejor opción o el estándar al que debo atenerme.

Entonces debo preguntarme: ¿qué significa desvincular la noción de descomposición de la depresión? Y, ¿cómo puedo reconocer la noción de que en la raíz de comportamientos como mi evitación de la gente o mi negativa a comer hay un profundo sentimiento de vergüenza por ser un humano «exitoso» y «funcional»? ¿Qué hago cuando soy amable con los demás pero no me extiendo esa misma amabilidad a mí mismo?

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